Los canallas afortunados

Juan Carlos Chirinos


Llegan siempre despacito, con la mirada humilde y muchas ilusiones. Caen simpáticos; han sufrido tanto, según ellos mismos cuentan, que cualquiera puede entender su ganas de colaborar, de acabar con los entuertos. Dicen que prefieren a don Quijote y desprecian a Sancho, aunque entiendan que el gordo no pueda ser de otra manera. La piedad los caracteriza. Poco a poco se integran en el grupo y muchos son los que les tienen fe de inmediato; otros aceptarán, cuando ya esté muy adelantado todo, que siempre coincidieron con sus ideas, a pesar de que las formas no fueran las correctas; por esto pagarán tarde o temprano una cuota, aún sin determinar. Cuestionar las formas de los canallas afortunados no suele ser el mejor método para ganarse su favor.

Un día cualquiera lo vemos liderando el grupo, incluso cuando todos saben que su simpatía no constituye capital suficiente para hacerlo; pero su verbo apasionado tal que ignorante, lleno de vida y también de rencor, ejerce un efecto narcótico en el grupo, si bien es cierto que, individualmente, cada uno sabe qué es lo que rechaza de él. Unos pocos, los que desde el principio sintieron aversión a las formas pero que tienen los mínimos escrúpulos para no tomar esto en cuenta, deciden en un momento dado rodear al canalla afortunado y mimetizarse con él; el grupo cambia de color, de esencia. Primero casi no se nota; los cambios peligrosos son como el amanecer: se van asomando lentamente y cuando menos lo esperas ya es de día. Todas estas metáforas, desde luego, les servirán a los canallas afortunados para justificar el nacimiento de un nuevo tipo de ser humano, «el hombre nuevo», lo llamarán con el descaro del que usa un símbolo gastado pero efectivo.

Cuando el canalla afortunado ya está bien instalado en la cima de su dominación, con réplicas fieles de canallas afortunados dispuestos a arrastrarse por él, cambia totalmente, o se muestra tal cual es: el tímido ahora es grosero, el silencioso ahora no deja de hablar, el tolerante no admite la más mínima queja. Porque ha comenzado el camino hacia su verdadero objetivo, destruir todo lo que él considera caduco y un obstáculo para el pleno desarrollo de su personalidad, que él ahora cree magnética y seductora. Y no puede ser de otra forma; cientos, miles, millones, le ríen las gracias sólo porque no las tienen que padecer; los canallas de su alrededor le pintan una realidad que no es y culpan de las incongruencias a aquellos que desde un principio supieron que se trataba de un charlatán, de un vendeferias sin nada de sustancia pero con capacidad para suscitar compasión. El canalla afortunado ahora debería de estar preparado para decretar la transformación del mundo, y es en este estadio en el que los contratos sociales, los pactos generales, los convenios en consenso y, sobre todo, las constituciones son más susceptibles de desaparecer en las fauces ávidas de los canallas y canallitas que ahora se han apoderado de todo el sistema. Muchos confundirán con corrupción lo que en realidad es el pleno desenvolvimiento de la comunidad canalla; y tratarán de erradicarlos con los métodos que se usan para acabar con los amigos de lo ajeno. Estarán equivocados. Otros lo llamarán tiranía, dictadura, vagabundería, montoneros; y estarán muy equivocados. Los canallas afortunados son resistentes a cualquier estrategia que se use sobre ellos, y esta inmunidad los convencerá, a ellos de su suerte, y a los demás de su predestinación. Y el mundo sensato en el que todos vivían quedará convertido en el territorio vírico de sus trapacerías y perversas improvisaciones, sólo porque nadie se dio cuenta de que para erradicar a los canallas afortunados hay que hacer como con las fábulas: sólo basta con dejar de creer en ellos para que se desintegren. Deje de prestar atención a los canallas afortunados y estos se verán obligados desaparecer en la nada más infinita.

Pero estos son consejos que sólo pueden escuchar los que nunca se han topado con la perniciosa influencia de un canalla afortunado.


http://juancarloschirinos.blogspot.com/

1 comentario:

Nicolás Melini dijo...

Qué buen cuento, Juan Carlos,
uno de los más sugerentes que te he leído últimamente aquí.

Un abrazo