Una modesta propuesta

José Javier Rojas


Tomo prestado el título de la obra del maestro de maestros, deán y satírico irlandés Jonathan Swift para mi visión del deber ser nacional. Lo aclaro de entrada para que no pique de salida, en estos tiempos de sensibilidades crecidas e intolerancia a la lactosa desatada, tiempos embrutecidos en los que disparamos primero y preguntamos después si acaso preguntamos alguna vez. Ha llegado, compatriotas, la hora de separar al país, y que cada uno coja por su lado: este matrimonio mal avenido ya se ha gritado lo que había que gritarse y se ha tirado hasta el tobo por la cabeza, con certera puntería, no menos de media docena de veces. Se acabó lo que se daba, que no era mucho, para empezar.

Se nos acabó el amor de tanto usarlo y ya no nos basta con la mera contemplación televisada de las maravillas que colman nuestro territorio cuando suena el himno en sus puntuales dosis diarias, ni la temporada de pelota rentada aderezada con hallacas multisápidas, ni la cotidiana exhibición gustosa y abundantosa de la sabrosura de las carnes prietas de nuestras compatriotas por nuestras calles llenas de huecos, obras a medio hacer y basura por recoger. Hace rato que llegamos al borde del borde, y estamos alargando lo inevitable para mayor congoja y neura de los afectados: ya no tenemos nada que decirnos. Nos hemos condenado a un reciclaje cansino de insultos y de desplantes afrentosos pretendidamente desafiantes.

Tengo y presento aquí una posible solución a semejante entuerto tan engalletado. Tal como el divorcio, es una mala solución, pero es la más viable que hay y es la mejor distinta a seguir prolongando esta agonía por un acuerdo que no está ni a la vista ni en los planes de nadie.

Tomando como referencia la Nunciatura y el Reloj del Rectorado de la UCV, propongo trazar una línea fronteriza interna que corra de Norte a Sur del territorio y divida al país en dos partes aproximadamente iguales. La precisión nunca ha sido un rasgo nacional y no veo por qué tenga que venir a serlo justo ahora en este momento de mengua. Venevisión tendrá que decidir de qué lado está, otra vez, ni modo, pero ése es el sino de los tránsfugas.

El nuevo país, la Confederación Unida de Repúblicas Venezolanas Amigables (CURVA) tendrá una nueva bandera común, con el arco de las estrellas de la franja azul vuelto una amable sonrisa, por aquello de al mal tiempo buena cara. Pero además de eso, de las selecciones deportivas inscritas ante el Comité Olímpico Internacional, de la Cancillería y de las Fuerzas Armadas, otra vez acuarteladas, apolíticas y apoltronadas y viendo los toros rocheleando desde la barrera (y no, no gobernando, gracias por el intento, la intención es lo que cuenta), nada más tendremos en común de ahora en adelante. PDVSA y la CANTV dejarán de facto de ser monopolios al ser escindidas entre las dos repúblicas. Gracias a Dios y a la Federación, se acabó la pelea estéril.

La República Socialista Bolivariana de Venezuela lanzará un Bolívar Fuerte al aire y pedirá en qué lado de la cancha quiere jugar de ahora en adelante y hasta el fin de los tiempos: decidirá si se queda con Morrocoy o con Mochima. La más nueva, la República Federal de Venezuela, por lo mismo que es la más nueva le toca conceder y quedarse con el tolete que la primera no quiso. Cada una de las repúblicas tendrá su propia asamblea soberana, unicameral, bicameral o intergaláctica como la de Star Wars; su propio Banco Central, autónomo, automático o autista; su propio sistema de gobierno presidencial, parlamentario o teocrático y su propia constitución y proyecto de país, que redactará y volverá a redactar tantas veces le plazca como los menús con especiales del día escritos con tiza.

Espero que las relaciones entre las dos Venezuelas sean más cordiales y fructíferas de lo que han sido hasta la fecha. Quienes nos hemos visto atrapados en este largo pulso, como los hijos del divorcio, estamos hartos de que nos usen de carne de cañón en intrigas que jamás debieron salir de la alcoba. A lo hecho pecho, y ya estamos grandecitos. Mami, papi, no les guardamos rencor y entendemos por qué es mejor así. Sí, claro que los queremos mucho, pero ya el PS2 es una antigualla, a ver ese Wii para cuándo es. Sin tener que pasar por un trauma tan atroz como la guerra, y ahí tenemos a las dos Coreas haciendo la tarea más de cincuenta años demasiado tarde, pero siempre a tiempo cuando llega la paz, las nuevas dos Venezuelas podemos llegar a tratarnos como algunos divorcios modernos que se la pasan bomba en cuanto dejan de vivir juntos. Conozco casos hasta con hijos post separación y quién no sabe de alguno a estas alturas. ¿Por qué no? Cuando las peleas cejan, hasta el amor comienza de nuevo.

No hay comentarios: